Érase una vez un niño que pasó por el mar con su caballo y se paró a darle agua la mañana de san Juan.
Su canción llegó hasta el palacio. Allí, la princesa le dijo a su madre que la voz que se oía era la del conde niño, que cantaba por ella.
Pero la madre no podía consentir que su hija se enamorara de alguien tan pobre.
-¡Lo mandaré matar! - dijo la reina a su hija- porque tú eres de riqueza y él es pobre.
-Si lo mandas matar, me tendrás que matar a mi también -respondió la princesa.
- Si tengo que matar a los dos, así se hará.
Al final acabaron los dos muertos, la princesa fue enterrada en un altar y el conde, unos pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco y de él una espino albar ; crecieron y crecieron y se pudieron juntar. La reina los mando cortar, porque la envidia la cegaba.
El galán que los cortaba rompió a llorar.
De ella nació una garza y de él un fuerte gavilán. Volando por el cielo, ya nadie los pudo separar.